Foto de Kim Strong, 2012 (Museo de Arte Mexicano, Chicago) |
Desperté junto
a Leonardo, estábamos desnudos y la cercanía de su cuerpo al mío hizo que los vellos que rodean mi ombligo danzaran como viborillas amaestradas: su brazo descansaba mórbido
sobre mi pecho y su rodilla izquierda gravitaba muy cerca de mis testículos.
Era una cercanía que acariciaba y estremecía, que me mantenía inmóvil junto a
Leonardo, de quien sabía todo lo que me interesaba saber. No era mal amante,
aunque cuando el momento oportuno se presentara le daría algunos consejos que
con el tiempo me sabría agradecer: la técnica, por muy buena que sea, es
susceptible de mejorarse; lo mismo ocurre con el cobro de los tiros libres,
pues hay maneras de perfilarse, de patear el balón e incluso de mirar el esférico
inmóvil que aguarda el golpe del empeine. La próxima semana jugaremos las
semifinales tras una larga temporada; estoy casi seguro que este año sí conseguiremos el ascenso. Desde que Leonardo llegó al equipo nuestra ofensiva
ha doblado su productividad y mi vida se ha convertido en un constante
estremecimiento.