lunes, 24 de febrero de 2014

TRAVESÍA DEL MOVIMIENTO: de “Anyone can play guitar” a “Ingenue"

Vuelvo sobre el tema de Radiohead, a petición más o menos expresa, también velada, del famoso Abrumen, mejor conocido como Carlos Abreu Mendoza, cuyo nombre de pila es “El Murciano”. 

Así que: érase una vez Abrumen, Paco el de Bahía Blanca y yo estábamos en la Italian Pizzeria III de Franklin St., frente a un casi perfecto círculo de masa aplanada y horneada con queso, jitomate y albahaca: eso que la gente común y corriente llama pizza, y cuando yo iba por mi segunda porción y Paco hacía cálculos matemáticos para definir la distribución justa de las rebanadas restantes (digo “justa”, pero en realidad me refiero a una distribución arbitraria, incluso tacaña…), Abrumen soltó que la opinión musical me venía mejor que la opinión sociológica. Reconocí el grado de audacia del comentario, y sin dejar de masticar, con la mente nublada de vapores verdosos y artesanales, me dije: “puede que El Murciano tenga razón y si no la tiene pues qué chingados, haré más opinión musical...”. Así que una vez más estoy sumergido en la tarea, nada dolorosa, y sí harto fascinante, de escribir alguna minucia en torno a Radiohead. 

Mirando el video original de “Anyone can play guitar” vino a mi mente, casi de manera automática, los videos de “Idioteque” (la versión en vivo) y “Lotus Flower”, ambos conocidos por la destreza de Thom Yorke en el arte de la poesía con el cuerpo, como la llamó Mallarmé, es decir, la danza. Sin embargo, es en “Ingenue” donde he hallado los puntos equidistantes entre el primer Thom Yorke, el inmaduro y pretensioso, y el último, ese donde la pretensión prevalece aunque matizada por una notable madurez musical. Hay que mirar primero “Anyone can play guitar”:


Este es un Thom Yorke totalmente noventero, carente de coordinación, que parece no saber con exactitud lo que tiene que hacer con su cuerpo: como que intenta saltar, luego lo invade la euforia, la contiene, cambia de rumbo, gesticula, se ahoga en la intransigencia de lo que desea comunicar, “cualquiera puede tocar la guitarra”, nos dice, como quien pretende sugerir que cualquiera puede articular la música desde su propio espacio de angustia postiza. Llama también la atención la retahíla de gestos que Thom Yorke despliega en este video, como si intentara hacernos pensar que hay demasiada indiferencia en su actitud, pero esto es sólo parte de las posturas ortodoxas de la pretensiosa juventud de los noventa. Esto cambia de manera radical en “Ingenue”, donde los guitarrazos y la frenética erupción de gesticulaciones son reemplazados por una actitud cuasi zen, fundida en el fondo de una marmita donde la templanza y la coordinación del diálogo bullen a fuego lento. En “Ingenue” no hay indiferencia, cada movimiento y cada expresión corporal han sido calculados ex profeso, y si hay angustia, se trata de una angustia cordial que desemboca en un abrazo meditabundo, en la expresión de una compañía pura que se rinde a la entrega del abrazo despojado de su dimensión erótica. No hay duda que del Thom Yorke de “Anyone can play guitar” al de “Ingenue” hay una distancia que podríamos comprender como una travesía de maduración a través del movimiento y sus consecuencias vitales. Conclusión: hay que mirar ahora “Ingenue”:   









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