Superficial radiografía de ayer sábado: transcurrir con la pereza untada al cuerpo, moverme con parsimonia, meditar posibles desenlaces e inicios de trayectorias, salir a la calle con endeble misión; después, apoltronarme en un sillón de la biblioteca a leer artículos académicos más aburridos que didácticos o interesantes; pequeño receso para escanear el libro entero de Trabajos del reino de Yuri Herrera que, aunque ya he leído, había prometido enviar en PDF a un cuate que ni siquiera conozco en persona (intento parecer buena gente, intento persuadirme de mis posibilidades); durante mi receso productivo, una chica, que resulta ser de Ecuador, me pregunta si sé cómo usar el escáner, así que me sumerjo en otro receso productivo para mostrar a una hermana latinoamericana la magia escabrosa de reproducir documentos que yacen sobre una cama de plástico: la observo maniobrar con el armatoste y sin contener mi desesperación termino escaneando su pasaporte yo mismo, luego me alejo con el propósito de terminar con Trabajos del reino; me traslado al rincón cómodo de la biblioteca, ese con muros de ventanas translúcidas y sillones de lectura medio mullidos; me aferro a mi asiento y me pongo a leer, de forma casi maquinal, tomo notas, comienzo una novelita que semeja el boceto de una colección poética, ensayo lo mío, lo mío me aqueja, lo mío me hace parecerme demasiado a mí mismo, me canso de lo mío, es tarde, afuera la noche se tira un pedo oscuro, una voz de mujer anuncia por el altavoz que la biblioteca cerrará en diez minutos; hago mi maleta, me amarro la bufanda al cuello, me imagino colgando del cuello del roble que más me gusta frente a Dey Hall; en el cielo parece que hay luna, algo se ve, intento regresar a lo mío, así que me cuento historias en voz baja, ensayo diferentes maneras de caminar, cuya diferencia sólo yo puedo discernir; hace un frío de la gran puta, así que acelero el paso, mi cuarto de alquiler con luz suave y libros y colores en las paredes parece un lugar sensato para transcurrir la noche; allá, en esa sensatez cálida, me entrego a mansas ensoñaciones, como el guiso de bacalao que preparé la otra noche, bebo un vaso de vino, miro al Atlante ganar 1-0 al Pachuca, aunque no puedo prestar atención a las acciones sobre el terreno de juego, me interrogo, más bien, sobre la sensación que podría invadirme si me colgara de un roble, el pensamiento es sólo doloroso en mi cuello, así que no desisto y persevero; después lo irremediable, mi buen amigo Tahsin me dice que salga con él y su amigo (un brasileño) y el amigo de su amigo (un panameño) a la calle fría para luego meternos a un sitio donde la gente baila, digo que no, pero luego el brasileño y Tahsin están a un lado mío diciéndome que no puedo pasarme el sábado sentado mirando a través de la ventana y escuchando mi música depresiva; me aferro a la idea de mi roble, pero sus voces no paran de recriminar mi insensatez; digo que sí, carajo, sí, vamos a matar nuestro espíritu a ese lugar que ustedes dicen; me siento narcotizado, voy en un automóvil con tres tipos en cuya mente se dibuja la posibilidad de saciar sus deseos reprimidos de machos en ese lugar que ellos llaman “club”, me río como loco de sólo imaginar sus pensamientos, el brasileño replica gritando, casi eufórico, que parece que ya me estoy divirtiendo; me vuelvo a reír, pero esta vez en silencio, me dejo llevar por cualquier cosa, lo mío es el ensueño, no aferrarme a la posibilidad de saciar mis ansias de macho…; llegamos al lugar, un sitio que me da risa: hay una fila nutrida de tipos y tipas de veinte años, estudiantes de licenciatura, juventud anonadada ante sus ansias; el panameño me pregunta si creo que podrá levantarse a una chica: creo que abrí los ojos como desquiciado y balbucí algo inaudible, todo lo termino con una sonrisa, así que el panameño también sonrió, sin prestar atención a la confusión de mi rostro; Tahsin y el brasileño tienen el mismo plan, en sus ojos y labios se adivina, yo me limito a pensar en mi roble y la pedorrera de la noche, aquello no puede estar pasándome a mí; en el interior del lugar, una avalancha de juventud remeda un baile que al instante llamo fusión: mezcla de lambada, techno y electrónica; miro con rapidez en derredor, calibro fisonomías, descubro el rostro de dos antiguas estudiantes mías, por eso me avergüenzo, aunque sin ruborizarme, pero vuelvo a decirme que aquello no puede estar pasándome a mí; mis tres acompañantes comienzan a beber, los observo y aquello me da risa, piensan que estoy drogado, la felicidad fácil no existe en un sitio como ese ((me digo con voz de adulto que sólo beberé una Guiness, me dedicaré a analizar el extraño baile que llevan a cabo sobre la tarima y, por amistad, cuidaré a mi amigo Tahsin, quien con tres cervezas Corona cae pedo como un paraguas)). Y eso ocurre, termino mi Guiness y pronto estoy en la tarima, entre humos artificiales y luces, cubierto de una música iterativa con resquicios de sensualidad; en derredor las chicas bailan como si estuvieran cogiendo de pie, golpean el aire con sus traseros y se exprimen el torso con las manos, cierran los ojos, por eso a veces rozan mi cuerpo que intenta entregarse al recuerdo de la música electrónica que más me gusta; los chicos están como pasmados sobre la tarima, casi todos observan, algunos se acercan a sus amigas e intentan apretar su cuerpo contra el de ellas, aquello es una bacanal pueril, ilusa, sin ningún propósito; pienso en las diferentes conversaciones que podría tener con mi roble, porque en la tarima nadie habla, todos transcurren transidos en su pasmo o placer; después de una o dos horas, la borrachera prima en el lugar, Tahsin está a mi lado quejándose de que las chicas sólo bailan con chicos de su mismo color de piel, me encojo de hombros, esa es una cuestión que ya no me concierne, que ha dejado de quitarme el sueño, lo mío es el roble, su altura, el frío que imagino descansa en las ramas más altas; he mirado al panameño intentar acercarse a varias chicas, el tipo aprendió relativamente rápido el paso inicial: uno tiene que acercarse por detrás de la chica y poner suavemente la mano derecha sobre su abdomen y apretar al paquete contra su trasero, invariablemente todas las chicas se alejan del panameño, quien ahora baila solo como un alacrán, no sé por qué me apena un poco su situación, o las intensiones detrás de su situación…; a la una a eme, le digo a Tahsin (que sigue borracho y quejándose de la concurrencia) que me voy a ir (me vuelve a preguntar qué me metí, que he estado bailando muy tranquilo… su pregunta me da mucha risa), “¿a dónde?”, pregunta, digo que a OCSC, que me gustaría hablar con Ruy para volver a tener un poco de fe en la gente (cada vez que hablo con Ruy recupero esa fe, mi instinto humano regresa a mí e incluso llego a olvidar un poco mi roble y su altura glacial); Tahsin me ruega permanecer con él, me dice que a las dos podemos irnos, le digo que no mame, pero que me quedaré sólo porque ya está muy borracho; el sitio es aburrido, nadie habla, sólo se repite el bailecito ese de las chicas cogiéndose al aire y de los chicos pasmados en masturbaciones tristes e iterativas, musicales, más que una bacanal pueril, aquello es un boceto del onanismo, no está mal, pero no es lo mío...; a las dos, Tahsin y yo salimos del “club”, ni siquiera dije adiós al brasileño y al panameño; hace un puto frío ardiente, Tahsin dice que no hace frío, le digo que no lo siente porque está borracho, después me burlo a carcajadas de él por haberse emborrachado como niño con cinco Coronas… Camino a casa nos detenemos a comer algo, ahí me lamento de la suerte que me alejó de OCSC, me hubiera gustado mucho escuchar la voz chilena de Ruy, escucharlo hablar sobre los robles y las alturas; llegamos a casa, le pregunto a Tahsin si se siente bien, dice que sí, “órale, carnal, entonces ya duérmete”, le ordeno; cierro la puerta de mi cuarto de alquiler y observo la luz suave, cálida, y percibo un familiar olor a roble quemado, no es nada, por supuesto, sólo mi intuición; me dejo caer en el sillón y la imagen del roble crece en mi pensamiento, pero la música esa del “club” transfigura el silencio del roble… Ya debo estar dormido, porque me veo colgando, con la bufanda amarrada al cuello, de la altura de mi roble, y en derredor la juventud baila bajo el abrigo de un sensual pesimismo.
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