Comenzó con la reconstrucción de un sueño reciente: descansas sobre una superficie mullida que apenas conoces junto a un cuerpo que comienzas a conocer, te dices, mientras escuchas la voz de tu acompañante, que has soñado con una habitación donde tu abuelo dormía en posición fetal, tu abuelo de noventa años acurrucado en un sillón mientras tú, de espaldas a su cuerpo anudado, permanecías de pie frente a una ventana. sabes que es de noche porque afuera no hay luz, pero también intuyes la noche porque de pronto un hombre de más o menos cuarenta años, vestido de traje, el nudo de la corbata impecable y el bigote recortado con metódica perfección, te llama desde un punto impreciso de la habitación... miras al hombre con atención, que permanece de pie frente al sillón donde dormita tu abuelo, estudias su fisonomía, escuchas su voz enérgica que pregunta con impaciencia Por qué lo tienen así, por qué lo han dejado ahí, sabes que se refiere a tu abuelo, sabes que la pregunta es difícil de responder y por eso te limitas a mirar el rostro del hombre con un poco de vergüenza, entonces lo reconoces, logras emparentar su fisonomía con la del hombre que aparece en el centro de una foto que tu abuelo, dormido en posición fetal, tiene colgada sobre la cabecera de su cama. comprendes que ese hombre es el padre de tu abuelo, algo en el color de su piel, quizás la pátina de color sepia que recubre todo su cuerpo, revela el parentesco del hombre de cuarenta años y tu abuelo de noventa... miras a tu abuelo de reojo, el viejo descansa, el rictus que tensa sus labios sugiere que su reposo no es placentero; la presencia de tu bisabuelo (un sombrerero según de ascendencia asturiana) enmarca la incomodidad de la escena: un sueño, te dices, pero no puedes despertar y en tu inconsciencia onírica te alejas de los dos hombres, abres una puerta y casi a tientas buscas un lugar para desahogar la tensión del instante. hallas a tu padre en una zotehuela, parece concentrado en el tallado jabonoso de un par de medias de beisbol, en cuanto se percata de tu presencia libera un llanto copioso que te abruma, la imagen es incómoda, como la aparición de tu bisabuelo de cuarenta años y el sueño tortuoso de tu abuelo de noventa años… así que decides despertar: a tu lado el contacto cálido de un cuerpo que comienzas a conocer atempera el golpe repentino de la vigilia, piensas que aquello fue una pesadilla y lo dices en voz alta, tus palabras hacen un remolino y se esconden, hasta desaparecer, en la calidez que te abraza. más tarde recordarás el poema de Raúl Parra titulado Rasgo
“Mi padre vive en mí
Yo en mi hijo
El infierno se hereda”
… después de correr esta mañana, has hallado en tu camino un cerezo silvestre… también has hallado en tu memoria la última voluntad de tu abuelo: “quiero hacer un último viaje a Monterrey, Guadalajara y Veracruz…”. entonces has concluido que en mayo irás con tu abuelo y tu padre a Veracruz, porque las voluntades, cuando son las últimas, son como nudos de agua que aprietan el cuello nervudo de los deseos (Dove il cigno crudele / si liscia e si contorce…).