En las postrimerías de mayo pasado, se celebró en la Ciudad de Nueva York el congreso internacional de LASA. Al unísono de cientos de mesas redondas y paneles académicos, una de ellas organizada por quien suscribe esta narración, miles de académicos de todas las calañas se congregaron en el Hilton Midtown y el Sheraton Times Square para discutir asuntos relacionados con Latinoamérica desde una diversidad de enfoques intelectuales, creativos y académicos que sería bochornoso enumerar aquí. Por ejemplo, asistí a una mesa de difusión sobre los retos de los estudios del siglo diecinueve: “Hay que hacer todavía más evidente que los fenómenos culturales del siglo veinte y veintiuno pertenecen a procesos que atraviesan el siglo diecinueve”, dijo uno de los ponentes. Yo, como soy decimonónico por vocación y pasión, aplaudí en silencio, pensando que tan pronto como fuera posible debía ceñirme a mi trabajo en torno a Romero, Alamán y los proto-decadentistas mexicanos de finales del XIX, como Sierra Méndez, Alegría, Ceballos o Rebolledo.
“Avezarme sólo al diecinueve, eso es que lo tengo que hacer”, escribí en mi Moleskine. Esa noche envié al editor la versión corregida de un artículo académico sobre Amado Nervo y los momentos narrativos de disidentificación (término original de Judith Butler, aunque yo empleo la versión de José Esteban Muñoz) que la revista Cincinnati Romance Review ya ha aceptado para su publicación este año.
Entre los muchos encuentros y rituales de salutación que moldearon mi presencia en el congreso de LASA, creo oportuno asentar que saludar a Christopher Conway y William Acree fue instructivo y ameno en varios sentidos. También tuve la oportunidad de conversar con varias personas, entre amigos, académicos y escritores: platicar con Carlos Labbé y Mónica Ríos en el bar del Hilton Midtown representó la misión cumplida de mi presencia en LASA. Sin embargo, la interacción más extraña, e incluso iluminadora, que sostuve fue una breve conversación con la Dra. Mabel Moraña, reconocida profesora de la Universidad de Washington en San Luis; todos los que tenemos cercanía con los Estudios Culturales en Latinoamérica hemos leído algo de la profesora Moraña. Fue un encuentro al azar: ambos buscábamos un lugar donde sentarnos a esperar en el lobby del Hilton, donde la habitación más económica es alquilada por más de tres mil pesos mexicanos la noche, es decir, todavía más que el salario mínimo mensual.
“¿Cómo está, Dra. Moraña?”, yo sonriendo, muy atento a su respuesta.
“¿Puedes imaginar que aquí en el Hilton, con lo que cuesta, no hay lugar para sentarse?”
Es muy cierto, en un lobby con dos bares, café independiente y me parece que uno o dos restaurantes (una cerveza Budweiser cuesta nueve dólares), las pocas butacas dobles de mármol que adornaban el vestíbulo no daban abasto a la cantidad de nalgas que buscaban un sitio para posarse.
“El neoliberalismo”, respondí, sin dejar de sonreír como un pajarraco feliz.
La Dra. Moraña volteó a verme directo a los ojos sin dejar de sonreír. “Así es”, exclamó, mirándome con la misma cordialidad que un adulto le prodiga al niño que, de pronto, reconoce que llevar las agujetas desamarradas puede ser un obstáculo para intentar correr.
“¿Estás en Pittsburgh, no?”, me preguntó, buscando en derredor a una persona que no llegaba; yo también estaba en medio del proceso de encontrarme con el Murciano, quien en ese momento, me enteré más tarde, fumaba como chacuaco afuerita del hotel, mirando el tránsito cansino de Avenida de las Américas.
“Sí, estoy en Pittsburgh, bonita ciudad”, respondí, la cabeza de pronto nublada de sorpresa, niebla, puesto que nunca en mi vida había establecido contacto con la Dra. Moraña, aunque sí sabía que había sido profesora del departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Pittsburgh.
“Entonces habrás escuchado muchas cosas negativas sobre mí”, replicó la reconocida intelectual uruguaya.
“No, nunca”, respondí con la verdad, porque cada vez que he tenido la oportunidad de conversar con los doctores Branche, Beverley, Duchesne, Balderston y Monasterios, he aprovechado el tiempo para hacerles preguntas de índole académica o intelectual, como “¿qué debo leer para aproximarme a la posibilidad de un malungaje en México?” o “¿es posible formularse como intelectual subalterno?”, siempre preguntas de este tipo.
“Estoy en el departamento de inglés, terminaré el MFA el próximo semestre, paso más tiempo con la Dra. Shalini Puri...”, agregué, con la intención de expresar que mi estancia en Pittsburgh discurre por meandros académicos e intelectuales.
“Eres un coleccionista de títulos universitarios...”, afirmó, siempre con un tono cordial.
Respondí sólo con una sonrisa, musitando algo que ni yo pude escuchar y ahora no recuerdo sobre el mercado laboral de los académicos, luego nos pusimos de pie, nos despedimos deseándonos buena suerte y una agradable estancia, y cada uno retomó su camino para consumar un encuentro pactado con antelación.
Posdata
Carlos Labbé, cuando nos despedíamos, soltó al aire un “deberíamos escribir una novela a seis manos”. Hay que hacerlo, Carlos.
TEXTOS RECOMENDADOS
De Mabel Moraña: “El boom del subalterno”
De Jerome Branche: “Malungaje: Hacia una poética de la diáspora africana”
De John Beverley: Entrevista
De Shalini Puri: “Alternatives and Aesthetics”