domingo, 30 de junio de 2013
viernes, 14 de junio de 2013
HISTORIA DE UN LIBRO DEL loco clínico Luis Marcelino Gómez
Luis Marcelino Gómez. Cuando llegaron los helechos. Caracas: Monte Ávila Editores, 2009, p.79. |
(Manifiesto disperso y sentencioso
que reseña lo que aspira a ser
un homenaje disperso y manifiesto)
1. La literatura, o eso que llamamos literatura, no debe permanecer encerrada en un libro, ni siquiera cuando se trata de uno con guardas de papel aterciopelado color azul rey (estaba pensando en un libro publicado por Valdemar…).
2. Cuando la literatura sale del libro, y encuentra su rincón en nuestras vidas, se debe a que nosotros mismos abrimos la puerta de la jaula y dejamos que el vampiro salga a volar y chuparnos la sangre (estaba pensando en Michel Tournier…).
3. Abro la jaula de Cuando llegaron los helechos: el vampiro maniobra en el aire enrarecido de mi habitación, se acomoda en la moldura de la ventana y me mira con complicidad. Ambos sonreímos. El vampiro abre la boca, muy despacio, y me cuenta que este es un libro con mucha historia, donde la vida adquiere un sentido radical, donde la palabra se hace demasiado pequeña para almacenar los latidos del corazón del autor. Sobre esto meditaremos después, el vampiro y yo, puesto que los latidos del corazón de un autor demandan muchas meditaciones.
4. Sobre el autor. El escribidor. Corrijo: el escritor. Vuelvo a corregir: Esa persona que se sienta frente a un escritorio, acompañado de su tumultuosa soledad, a comentar lo que nosotros llamamos mundo y los dioses castigo. Su nombre: el escritor. ¿Quién es el escritor? Luis Marcelino Gómez, cubano de Ciudad de Holguín, aunque su nombre puede ser éste y otros más. Por ejemplo: L.M.G. Otro ejemplo: Luis M. Gómez. Uno más: el autor de Cuando llegaron los helechos, libro de cuentos publicado por la venezolana y entrañable Monte Ávila Editores…
5. Es un libro de cuentos, como un río, como una raíz profunda que comunica muchos puntos cardinales. Digamos que en estos cuentos el Norte abraza al Sur y el Oeste se funde en el Este. Digamos, también, que se trata de una cartografía donde todos los caminos revelan una pasión: orgía cardinal. Sobre esto también meditaremos después, porque presiento que la pasión es una de las claves para comprender estos cuentos de Luis Marcelino Gómez. (La pasión).
6. Cuentos apasionados, que saltan igual que la vida, es decir, con zancada larga; cuentos de juventud y de madurez, de días y de noches de libertad. Cuentos con una exactitud verbal apasionada, oronda, labial, altiva. Cuentos sin un adjetivo de más. Cuentos calurosos. Cuentos con son y que son música clarividente. Canción de simonia. página 53. “El diablero”: A México, donde vivieron mis bisabuelos maternos con sus hijos. Historia que evoca un origen peninsular y yucateco, mayense, oscuro y circular.
7. “El diablero” vuela alrededor de mi cabeza y susurra bastardillas a la noche, me dice que recuerde, que mi origen tiene también un tentáculo enterrado en la península de Yucatán. Recuerdo: mi chichí (abuela en maya) (madre de mi padre) vino a la Ciudad de México desde Mérida, Yucatán… Hija de española y criollo, la recuerdo como una mujer con sombrero y manos enguantadas; la recuerdo como una sonrisa abierta y una palabra precisa; la recuerdo como la imaginación: recuerdo una noche en que ella y yo estamos sentados frente a la pesada cortina marrón del enorme ventanal de su departamento en el Eje Central: jugamos al “cinito" y comentamos la película entre risas: yo soy un niño de cinco años; ella, mi chichí, una mujer cuyo pasado aún no he logrado descifrar, porque salió de su Mérida para exiliarse en la Ciudad de México y nunca nos habló de la estirpe que dejó atrás. No hablaba maya porque no era maya, pero lo entendía porque su nana le hablaba en esa lengua hermosa y brillante. página 71: En los aniversarios de su petrificación, desde el pueblo y vecindades acuden muchedumbres. Muchedumbres acuden a mi memoria… El vampiro revolotea alrededor de mi cabeza y me chupa gota a gota la nostalgia. Débil, y maravillado, miro la noche a través de la ventana. “El diablero”.
(Historia del libro: Apareció, adentro de un sobre de color amarillo, sobre mi escritorio, en la oficina que comparto en la universidad. Del autor poco sé, salvo que hemos conversado dos o tres veces sobre la pasión que tenemos en común. Luis Marcelino Gómez es un hombre que admiro y de quien he construido una imagen entrañable. Con frecuencia lo he visto caminando en la distancia en el campus de la universidad. Viste como imagino que lo hacen los hombres libres, sin reservas y sin la afectación de la moda impuesta por la llamada academia. Un día lo encontré con una camisa azul de mezclilla; respondió a mi comentario, sobre su camisa, que ese día iba como Neruda… Y su libro un día apareció sobre mi escritorio, porque Luis Marcelino Gómez me lo había prometido. Se trata de un libro ligero, de papel hecho para volar, dedicado al padre del autor: Luis Enrique Gómez Díaz. En la página 62, en la línea 24, hay una enmienda, sobre una tira de papel adhesivo, “Morpho cypris y Papilio antimachus drury”, mariposas…).
8. Cuando llegaron los helechos ahora es mío, lo sopeso entre mis manos y lo hojeo rítmicamente. Afuera el viento mueve las hojas también rítmicamente. Todo es ritmo, en la creación y en la destrucción… Ritmo, cadencia, así, de la misma manera en que se tuercen los helechos…
9. Gracias, Luis Marcelino Gómez:
7. “El diablero” vuela alrededor de mi cabeza y susurra bastardillas a la noche, me dice que recuerde, que mi origen tiene también un tentáculo enterrado en la península de Yucatán. Recuerdo: mi chichí (abuela en maya) (madre de mi padre) vino a la Ciudad de México desde Mérida, Yucatán… Hija de española y criollo, la recuerdo como una mujer con sombrero y manos enguantadas; la recuerdo como una sonrisa abierta y una palabra precisa; la recuerdo como la imaginación: recuerdo una noche en que ella y yo estamos sentados frente a la pesada cortina marrón del enorme ventanal de su departamento en el Eje Central: jugamos al “cinito" y comentamos la película entre risas: yo soy un niño de cinco años; ella, mi chichí, una mujer cuyo pasado aún no he logrado descifrar, porque salió de su Mérida para exiliarse en la Ciudad de México y nunca nos habló de la estirpe que dejó atrás. No hablaba maya porque no era maya, pero lo entendía porque su nana le hablaba en esa lengua hermosa y brillante. página 71: En los aniversarios de su petrificación, desde el pueblo y vecindades acuden muchedumbres. Muchedumbres acuden a mi memoria… El vampiro revolotea alrededor de mi cabeza y me chupa gota a gota la nostalgia. Débil, y maravillado, miro la noche a través de la ventana. “El diablero”.
(Historia del libro: Apareció, adentro de un sobre de color amarillo, sobre mi escritorio, en la oficina que comparto en la universidad. Del autor poco sé, salvo que hemos conversado dos o tres veces sobre la pasión que tenemos en común. Luis Marcelino Gómez es un hombre que admiro y de quien he construido una imagen entrañable. Con frecuencia lo he visto caminando en la distancia en el campus de la universidad. Viste como imagino que lo hacen los hombres libres, sin reservas y sin la afectación de la moda impuesta por la llamada academia. Un día lo encontré con una camisa azul de mezclilla; respondió a mi comentario, sobre su camisa, que ese día iba como Neruda… Y su libro un día apareció sobre mi escritorio, porque Luis Marcelino Gómez me lo había prometido. Se trata de un libro ligero, de papel hecho para volar, dedicado al padre del autor: Luis Enrique Gómez Díaz. En la página 62, en la línea 24, hay una enmienda, sobre una tira de papel adhesivo, “Morpho cypris y Papilio antimachus drury”, mariposas…).
8. Cuando llegaron los helechos ahora es mío, lo sopeso entre mis manos y lo hojeo rítmicamente. Afuera el viento mueve las hojas también rítmicamente. Todo es ritmo, en la creación y en la destrucción… Ritmo, cadencia, así, de la misma manera en que se tuercen los helechos…
9. Gracias, Luis Marcelino Gómez:
sábado, 8 de junio de 2013
acapulquito
En menos de tres horas, cuatro choferes de
la ruta Maxitúnel de Acapulco fueron asesinados a balazos por presuntos
desconocidos. El primer homicidio tuvo lugar en una parada de autobuses, justo
frente a una empresa que ofrece servicios de transporte, distribución y
logística. El último de los cuatro homicidios fue consumado por un grupo de
civiles armados (¿tres, cuatro, cinco…?),
que salieron a la carrera detrás del camión intentando detenerlo; cuando le
dieron alcance, ante el asombro de todos los pasajeros, le dispararon al chofer
en la cabeza. Los homicidas, en los cuatro casos, desaparecieron con ostensible
facilidad. Hasta el momento no se sabe el nombre de los cuatro occisos. Las
autoridades del estado de Guerrero y la dirección de la policía municipal de
Acapulco han afirmado, pese a los cuatro asesinatos registrados en un lapso de tres horas, que los homicidios “van a la baja”. Los choferes de las rutas
urbanas de Acapulco han respondido a esta afirmación con la suspensión de sus labores,
arguyendo que temen por su seguridad. Por su parte, la Secretaría de Fomento Turístico
del estado de Guerrero revela números poco concisos con respecto a la ocupación
hotelera del popular destino turístico, aunque se puede pensar que la ocupación
asciende a poco más del 80%, sin contar hoteluchos, búngalos de poca monta (en
uno de estos hace no mucho un grupo hispano-mexicano fue violado y asaltado) y
casas y departamentos rentados por días, semanas o meses.
jueves, 6 de junio de 2013
Final de “La tristeza de ser una gallina"
Hay algo que tengo que aclarar, que siento que debe ser aclarado: por más que lo pienso, la distinción que se suele hacer entre sueños y pesadillas carece de fundamentos. Las gallinas nos inclinamos hacia la pesadilla, una borrasca que anega nuestro inconsciente o subconsciente produciendo en nuestro interior repetitivos sobresaltos, como un hipo desmesurado que no amaina. Pero a pesar de todas las tinieblas que esto trae consigo, la pesadilla no deja de ser un sueño, macabro o espeso, pero un sueño antes y después de todo. A los sueños se les concede un talante casi poético, maravilloso, una ficción que da gusto experimentar, pero los sueños y las pesadillas también suelen confundirse, no todo puede ser de un mismo color, ya el hecho mismo de continuar viviendo en un tiempo indeterminado mientras una duerme es una monstruosidad, bella, pero monstruosidad al fin y al cabo. Y si los sueños y las pesadillas se oponen (aunque las pesadillas tienen lugar también en una realidad onírica), desplegando de esta manera una sombra sobre la nitidez pacífica del sueño; si esto es verdad, lo es también que los sueños y las pesadillas viven mezclados, luz y sombra entreverados en la ficción onírica del más allá. Además, y por último, si soñar es un verbo, y la pesadilla se opone al sueño, entonces “pesadillar" debería también aparecer en el diccionario precedida de una “v”. Soñamos y pesadillamos, y todo sobre el mundo continúa cayendo, derramándose, incluidas nosotras las gallinas.
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