jueves, 6 de junio de 2013

Final de “La tristeza de ser una gallina"



Hay algo que tengo que aclarar, que siento que debe ser aclarado: por más que lo pienso, la distinción que se suele hacer entre sueños y pesadillas carece de fundamentos. Las gallinas nos inclinamos hacia la pesadilla, una borrasca que anega nuestro inconsciente o subconsciente produciendo en nuestro interior repetitivos sobresaltos, como un hipo desmesurado que no amaina. Pero a pesar de todas las tinieblas que esto trae consigo, la pesadilla no deja de ser un sueño, macabro o espeso, pero un sueño antes y después de todo. A los sueños se les concede un talante casi poético, maravilloso, una ficción que da gusto experimentar, pero los sueños y las pesadillas también suelen confundirse, no todo puede ser de un mismo color, ya el hecho mismo de continuar viviendo en un tiempo indeterminado mientras una duerme es una monstruosidad, bella, pero monstruosidad al fin y al cabo. Y si los sueños y las pesadillas se oponen (aunque las pesadillas tienen lugar también en una realidad onírica), desplegando de esta manera una sombra sobre la nitidez pacífica del sueño; si esto es verdad, lo es también que los sueños y las pesadillas viven mezclados, luz y sombra entreverados en la ficción onírica del más allá. Además, y por último, si soñar es un verbo, y la pesadilla se opone al sueño, entonces pesadillar" debería también aparecer en el diccionario precedida de una “v”. Soñamos y pesadillamos, y todo sobre el mundo continúa cayendo, derramándose, incluidas nosotras las gallinas.

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