sábado, 11 de mayo de 2013

Principio de "La tristeza de ser una gallina"



Se puede decir que la paz es un concepto inalcanzable para nosotras, porque los gallos se cuecen en una olla aparte, su carne es más dura, no podía ser de otra manera; la paz es un horizonte hacia donde nunca miramos. Pero, si se nos mira con calma, con ojo émulo de entomólogo, se puede apreciar que nuestros sentimientos atraviesan un espectro muy reducido: del miedo al terror, y de éste a la pesadilla, después el ciclo se repite una y otra vez. En contra de lo que se suele pensar, experimentar la rudimentaria guillotina no es lo peor que nos puede ocurrir, porque la verdad, y esta es mi impresión, la muerte es algo que casi no dura: te apresan después de haberte elegido con días de antelación, después te llevan al lavadero, ése donde todos tus antepasados del corral han dejado su charco carmín, y tras inmovilizarte las patas, comienza el inefable corte en el pescuezo… Hay gallinas que han logrado zafarse del torniquete aplicado en las patas y, durante un par de minutos inolvidables, han revoloteado descabezadas a trochemoche. Despojarse de la razón, del miedo a que la razón no sea tan precisa como se piensa, es algo que las gallinas atravesamos en algún momento de nuestra breve vida. Sin cabeza, imagino, la razón deja de importar. Una de nuestras más grandes tragedias es tener una memoria terrible, si apenas y recordamos, y cuando lo hacemos las imágenes son siempre borrasca, lapsos de tiempo incoherente que amagan con hacernos comprender algo ininteligible para nuestros minúsculos intelectos. He llegado a creer que la felicidad, y también el dolor, reside en la facultad de recordar, de hacer memoria de una misma. Ya antes había dicho que nuestra vida transcurre entre las tenazas de un ciclo irremediable: del miedo al terror y después a la pesadilla, y es bastante obvio que estos tres sentimientos no se distinguen demasiado entre sí. Por ejemplo, si estamos reconcentradas en el gallinero, sumidas en un sueño que nunca se concreta, y de nuestras mullidas entrañas un huevo intenta abrirse paso hacia el exterior, eso que es tan propio de nosotras y de toda nuestra especie, es decir, poner huevos o expulsar huevos, nos produce el más agrio de los miedos, pero también sentimos terror, y a la vez nos apremia la sensación de estar viviendo una pesadilla interminable. Y aunque estoy casi segura de que vivimos en un ciclo que parte del miedo y se consolida en la pesadilla, atravesando por el terror, también estoy convencida de que vivimos esos tres estados de forma simultánea, una aporía quizá, pero la vida de una gallina es siempre una contradicción, una línea ilógica que sin visos de cambio se transforma de repente en un ángulo imposible de medir. 

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