viernes, 3 de mayo de 2013

Otro pedazo de “Una lectora"

Una amiga vino a visitarme en la mañana. De ella omitiré todos los detalles, excepto uno: después de leerme con una buena dosis de atención, concluyó que estaba bien que comenzara con mi historia, pero lo que aún le suscitaba dudas era el escenario de mis aventuras. Una de las virtudes de tener aunque sea solo una lectora es la de obtener la oportunidad de autocorregirse en la historia de alguien más. Ella hubiera querido conocer ciertos detalles ufanos, como la identidad de algunas de las personas con quienes he terminado en la cama de un hotel de poca monta. Para mí esto es casi superfluo, pero para mi lectora es una omisión esencial. Al no tener la oportunidad de saciar su curiosidad, ella puede llegar al punto de perder interés en mi historia. Si esto ocurriera, lo que apenas comenzó unos párrafos arriba estaría precipitándose hacia el fondo de su desenlace. ¿Cuál es mi escenario entonces? Me niego a situarme en un punto geográfico determinado, a pesar de que se me ha escapado decir que me he imaginado sentado en el Parque del Retiro. En Madrid no estoy, eso es una verdad irrefutable. Pero dejemos la vulgaridad a un lado y concentrémonos en un probable escenario metafísico (en mi intento de dejar la vulgaridad a un lado, me hundo aún más en ella…), pero con la precaución de evitar plagios o reconstrucciones malogradas. ¿Cuál es, entonces, la cartografía de mi personaje? Sobre este particular, señalo como únicos responsables mis lecturas de Beckett y Magnanelli. Y sin estar en el infierno o en el centro inamovible de mi autoconsciencia, las influencias son las influencias y punto. No habría que llegar al penoso caso de justificar cada uno de los pasos que damos, o de explicar avergonzados el motivo de aquellos ademanes o gestos que practicamos frente al espejo con el propósito de diferenciarnos de nuestros semejantes. Estoy influido, no tengo dudas, por eso cuando mañana regrese mi lectora, le diré, mientras ensayo una pose desenfadada, que el escenario de mi historia no puede erigirse de un día para otro. Hay cosas más importantes que poner el dedo en la llaga. Es como el hambre o la guerra, si las hay, de poco vale señalar su existencia si con ello no se consigue el más mínimo remedio. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario