El sentido deíctico
se presenta en las situaciones más inesperadas. Por ejemplo, en el metro cuando
se intenta mantener el equilibrio en medio de la marabunta de las nueve de la
mañana. En casos así, el rostro más próximo semeja formas indispuestas e
incluso desafortunadas. Digamos, una concha de dulce o un caracol o el codo
tapizado de raspones de un niño flaco. Señalar con el dedo índice puede ser tan
natural como empinarse una botella de agua en medio del calor meridiano. Todo
esto lo menciono porque esta mañana regresó mi lectora, de quien ahora sí daré
más detalles e incluso señas particulares. Su nombre es Fiona y viene de
Croacia, de un pueblito adosado al Adriático, cuyo nombre no sé cómo pronunciar. Hasta donde me ha contado, tiene
un tatuaje de una fresa en el glúteo izquierdo. Nos conocimos a través del
amigo de un amigo, lo que implica que nuestra relación es resultado del azar.
La primera vez que la vi llevaba puestos unos jeans gastados y una blusa con
florecitas de colores como las que venden en Oaxaca. En poco tiempo me enamoré
de ella y en muchísimo más he llegado a aceptar que entre nosotros no habrá
nada que exceda la cordialidad, aunque cuando lo pienso mejor, por ejemplo,
mientras la miro leer mi historia, puedo convencerme de que lo nuestro se ha
convertido en una genuina amistad. Cuestión aparte, si yo, como narrador de
esta historia, fuera un personaje diferente, digamos, un clásico protagonista
masculino; en ese caso, el único motivo para que entre Fiona y yo no surgiera nada
sería su homosexualidad. Si un personaje masculino ha llegado al punto de ser
principal, su lugar privilegiado conlleva una especie de omnipotencia. Un
personaje principal casi siempre es irresistible, seductor, sin mencionar que
siempre tiene la frase y los pensamientos más adecuados para solucionar o hacer
trizas su propia situación. Mi caso es diferente (ya he mencionado que me
esfuerzo por no parecerme a nadie), así que en mi historia Fiona no es
homosexual, simplemente no me encuentra irresistible. La vida suele ser así... De
modo que mi bella lectora se apareció antes del mediodía, un poco indispuesta
debido a un leve dolor estomacal, situación que aproveché para invitarle una
manzanilla que aceptó con una hermosa, pero tortuosa, sonrisa. Después devino
la lectura, un poco pausada y entrecortada por numerosos “hums”. Se aligeró mi
sorpresa cuando me enteré de que el motivo de su reacción era el nombre que le había
dado. Fiona no le agradaba y argumentó que la combinación de sus letras era
demasiado severa, como si en mi afán de enfatizar su heterosexualidad, lo que
en verdad hubiera querido decir era que lo nuestro no tenía cabida en el espacio porque era lesbiana. Lo dijo con un tono de desilusión, mientras vaciaba su tacita de
manzanilla de un trago. Me dio un beso en la mejilla y anunció su partida sin
prometer una visita para el próximo día. El encuentro con Fiona no resultó como
yo hubiera deseado. Su reacción había sido inesperada, sin olvidar que ella era mi única lectora... En esas estaba, sumido en el
principio de mi historia y ya con dificultades para mantener la atención de la única
persona que se dignaba a leer lo que yo escribía. ¿Qué había de malo en Fiona?
Fiona. Fiona. Fiona. Si se repetía sin cesar, tal vez el sonido recordara la
turbina de un avión. Un sonido horrible, aunque voraz, menos que etéreo, pero muy
superior a lo pedestre. Esta noche saldré, iré con algunos amigos para
olvidarme del incidente de esta mañana con Fiona. Fiona. Fiona. Fiona. ¡Vaya
que tomé una mala decisión! Pero ya tendré la oportunidad de revertirla. Esto
no es exactamente como la vida, aunque con frecuencia lo parezca.
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