Agustín Abreu Cornelio, Los reflejos, Instituto de Cultura de Yucatán, 2009, pp. 74 |
Comienzo a escribir esta reseña/semblanza/historia-de-un-libro en el aire porque Los reflejos me acompañaron, de forma intermitente, durante este verano. Es en el aire (tumbado en una butaca incómoda de avión), de regreso al lugar que llamo de manera provisional casa, donde he adquirido consciencia de que este verano, mi verano, ha llegado a su fin. Es tentador convertir este amago de reseña en un recuento veraniego, pero con el término de la estación estival las pasadas disciplinas deben recobrar su lugar en mi rutina cotidiana... Qué triste me parece ahora la idea de mi "rutina cotidiana", justo cuando el verano y sus luces y sus caprichos son apenas un reflejo, o reflejos, que atestiguan que la rutina cotidiana tiene más que un solo y enérgico sentido. (Me distraigo en el recuento de las nubes que custodian nuestro vuelo allá abajo, nubes como nenúfares que anuncian un más allá de tierra escuálida; ahora mi distracción es interrumpida por un cúmulo de vapores y ligerezas...)
¿Qué pasos seguir al enfrentar la lectura de un poemario? ¿Desde el principio y después lo que nos sugiera la intuición? Los reflejos de Agustín Abreu Cornelio* los he leído de dos maneras distintas: I) Desde la primera página de un solo tirón y II) De forma aleatoria -respetando los capítulos-, sin dejar de prestar atención a la pereza de los días. Tras recorrer estas dos vías, creo que la mejor manera de abordar Los reflejos es montado entre estos dos caminos, es decir, con la paciencia de quien busca una sombra hace tiempo olvidada y con la impaciencia de quien intenta recuperar la paciencia ya perdida.
No suelo rayar ni escribir en mis libros, y el caso de Los reflejos no ha sido la excepción; sin embargo, en un pedacito de papel, custodiado en silencio por las páginas 32 y 33, hice las siguientes anotaciones:
(69) "Estiro mi Cordura"
(60) "Prende la luz/tengo la esperanza/de vivir a tu vuelta"
(36) "Tomo tu herencia con todos sus reflejos..."
(35) "Tu nombre está oculto en los ranchos"
La cita de la página 69 me hizo recuperar imágenes, que no visitaba hace varios años, de Oliverio Girondo; hay en la elasticidad de la cordura un hálito, también, Bergsoniano, uno que se aferra a la duración como unidad íntima del tiempo. Sabemos que la duración, incluso la más candente, llegará a su fin, por eso la imagen de "Estiro mi cordura" es una forma de autoayuda y evasión, provisional, de la locura, del instante y sus fuegos de artificio.
Pero antes, en la página 60, el instante Bachelardiano irrumpe como un fuego esperanzador. Aquí la abstracción del instante aparece en su forma más pura, en un estado que tiende un puente entre lo instantáneo y la duración bergsoniana: la luz encendida será testigo de quien espera un regreso que inaugure, una vez más, la vida que transcurre en un futuro ya vivido. Esta imagen también devuelve a mis ojos versos de Oliverio Girondo, versos donde la melancolía del eterno retorno llena todo el espacio de nuestra memoria.
"Tomo tu herencia con todos sus reflejos" para mí es una letanía maldiciente, incapaz de conjurar la bonanza aparente de la ansiada heredad. Aquí recuerdo, como tantas veces a lo largo de los años, los efímeros y sentenciosos versos de Raúl Parra (poeta guerrerense que murió hace algunos años de una terrible enfermedad cuyo nombre es impronunciable): "Mi padre vive en mí/yo vivo en mi hijo/el infierno se hereda". El verso de Agustín Abreu Cornelio, al menos en mi lectura, complementa aquellos de Raúl Parra: la multiplicidad de la estirpe es una cadena de reflejos que la muerte misma es incapaz de romper o suprimir. Morimos y nacemos para reflejarnos en alguien más, con o sin amor, con o sin afinidades, y el reflejo prevalece y nos hace sobrevivir ante la continuidad irreversible de lo que recibimos al nacer y dejamos tras la muerte.
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