Hay golpes en
la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
-ya saben, es de Vallejo...
Características físicas: envoltura plastificada, bella al tacto,
frente color violeta, el resto del libro es de color negro. Muchos han tenido entre las
manos un libro de Narrativa del Acantilado: amarillo mostaza en la parte
superior de la portada; papel del bueno, denso, por eso el libro pesa como hielo que se derrite en la mano… Lo leí hace nueve años, cerca de Besòs Mar en
Barcelona, en un piso compartido con la peruana Doña Charo y el hijo, también
peruano, de la casera. Teníamos una habitación diminuta con ventana a la parte
de atrás del edificio (a la derecha, no muy lejos, se vislumbra un trozo del Forum desde esa ventana). Recuerdo un ropero y una litera angosta: arriba
dormía David, envuelto en ronquidos y un retazo de sábana porque aún hacía calor en
septiembre de 2005. El doctor Hanemann
fue un regalo de cumpleaños: Doña Charo preparó ravioles a la boloñesa, receta
propia desde Perú, y David me obsequió el libro de Chwin con una dedicatoria
escrita en una hoja de papel. Comimos y bebimos con alegría, cada uno
lejos del lugar donde nació. Doña Charo se fue a trabajar en la tarde; tenía varios empleos y enviaba dinero a sus hijos, allá lejos en Lima,
una ciudad que, en las crónicas de Doña Charo, adquiría una dimensión casi
fantasmagórica. David y yo nos quedamos a trasegar la tarde, quizá salimos a
caminar o a correr por la marina del Forum. Al día siguiente comencé a leer el
libro de Chwin. Me recuerdo sentado en un silloncito cerca de la ventana de la
salacomedor, alternando miradas entre el libro y la calle desfigurada por la
ropa secando en la ventana. De la novela apenas conservo unas cuantas sombras:
Gdansk durante los albores de la Segunda Guerra Mundial; el doctor Hanemann
como catalizador de la transición del Gdansk polaco al Danzig alemán; un personaje
femenino que remueve las moléculas internas de Hanemann; tristeza, amor
interrumpido, un puerto desmenuzado a golpes de cañón. La lectura de El doctor Hanemann significó un punto de
inflexión en mi vida. Fue en septiembre de 2005 cuando comprendí que no iba a
regresar a vivir a México… Llegamos a Barcelona (después de un efímero paso por París, donde David descubrió la noche europea
y yo me dediqué a caminar por las calles donde había dormido/vivido en el pasado) tras una temporada en Tulum, Quintana
Roo. Los dos comenzamos como garroteros. Conservo bellos recuerdos del Caribe mexicano: correr, dormir y nadar en la playa; trabajar de once pe eme a siete a eme; mirar durante horas el ventilador del techo del cuarto donde dormíamos... Queríamos ir a vivir a España o a
Francia o a donde fuera que nos dejaran vivir en Europa. Por eso llegamos con
una bolsa rellena de pulseras y collares y joyería de fantasía e intentamos
convertirnos en vendedores ambulantes en París y Barcelona. Fue un fracaso
benigno, de emprendedores sin una idea concreta de lo que buscaban. No logramos
conseguir empleo en Barcelona, aunque quizás ni siquiera lo buscamos. Lo que más deseaba era un golpe mayor que tambaleara mi vida. Creo que David quería algo
parecido. Caminamos mucho en Barcelona y comimos bien dentro de lo que cabe:
mucho arroz y camarones en oferta, bebimos vino y viajamos en el metro muchas
veces sin pagar: Besòs Mar, por el río, al que yo borraba el acento grave para
leer sólo Besos Mar en el letrero de la estación del metro. No
sé si David escribió en Barcelona, nunca lo vi hacerlo, pero yo evitaba la
pluma y el papel, y me dedicaba a pensar, a idear una forma de golpear mi vida
con fuerza. Una tarde el destino apareció. Tuvimos que ir a la estación
Barcelona Nord a comprar un boleto de camión para que David fuera a París, desde
donde iba a regresar a México-D.F. Fue una noticia triste... No
quería quedarme solo allá en el continente ajeno. Quizás lo más lógico e inteligente hubiera sido
regresar con David, pero había perdido ya varios semestres en la
carrera en C.U. y el estudio la verdad no me interesaba. Buscaba el golpe, un
dolor interno, una alegría dolorosa. Algo parecido al amor. Un golpe. Así que tomé
una decisión precipitada: David compró su boleto a París; yo, a Praga... Recuerdo
con abrumadora nitidez la noche que acompañé a David a la estación de autobuses: desde la espera entre maletas y familias ansiosas por partir hacia su destino,
hasta el robo hábilmente perpetrado por dos muchachos marroquíes. David fue el
primero en darse cuenta. Pasaron como sombras entre los racimos de maletas y
con mano suave salieron cargados con sendos bultos. Nadie los alcanzó. Se ocultaron con rapidez. Recuerdo que le di a David una bolsa con tortas y fruta;
también le di una carta en la que tal vez escribí algo sobre la juventud y la
amistad, no sé. David abordó su autobús y jamás lo volví a ver... Esperé hasta
que el armatoste de Linebús se puso en marcha y salió sigiloso por el Carrer de
Napols. Afuera la noche brillaba a través de las farolas y hacía un poco de
calor. Seguí el autobús unos cuantos metros agitando la mano: sin duda iba a extrañar al loco de David y sus vertiginosas ocurrencias. En la
esquina con Carrer d’Ausiàs Marc vislumbré a la pareja de marroquíes repartiéndose
el botín; dejaron las maletas medio vacías, no les importó la ropa, y echaron a andar cada uno en direcciones opuestas. Regresé caminando al piso de Besòs
Mar (Besos Mar). Cené con doña Charo. Creo que nos lamentamos por la partida de David y
luego hablamos sobre sus hijos en Lima, aún sin oferta de trabajo para ir a
España. Ya tumbado en la litera, sin los ronquidos y los pedos de David,
permanecí despierto escuchando en mis walkmans el casete con “Cigarette Ashes” de
Etta James, como anticipación de mi próxima mudanza a Praga, donde iba a conocer a mi primer amor. Esto acudió a mi mente hoy mientras
hojeaba El doctor Hanemann de Stefan
Chwin. Tienes razón David: “Un buen día -en el que muchas veces no queremos ni memoria- nos recuerdan que hace tanto tiempo menos,
nuestra madre encarnó un deseo; y los deseos, pienso, crecen con más deseos…
Este regalo, en fin, es sólo un pequeño gesto de la estima y buenos deseos que
te tengo. -David”.
“Cigarette Ashes” de Etta James