sábado, 4 de octubre de 2014

RESEÑA de El DOCTOR HANEMANN, Stefan Chwin, Acantilado, Barcelona, 2005, p. 307.





















Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
-ya saben, es de Vallejo...


Características físicas: envoltura plastificada, bella al tacto, frente color violeta, el resto del libro es de color negro. Muchos han tenido entre las manos un libro de Narrativa del Acantilado: amarillo mostaza en la parte superior de la portada; papel del bueno, denso, por eso el libro pesa como hielo que se derrite en la mano… Lo leí hace nueve años, cerca de Besòs Mar en Barcelona, en un piso compartido con la peruana Doña Charo y el hijo, también peruano, de la casera. Teníamos una habitación diminuta con ventana a la parte de atrás del edificio (a la derecha, no muy lejos, se vislumbra un trozo del Forum desde esa ventana). Recuerdo un ropero y una litera angosta: arriba dormía David, envuelto en ronquidos y un retazo de sábana porque aún hacía calor en septiembre de 2005. El doctor Hanemann fue un regalo de cumpleaños: Doña Charo preparó ravioles a la boloñesa, receta propia desde Perú, y David me obsequió el libro de Chwin con una dedicatoria escrita en una hoja de papel. Comimos y bebimos con alegría, cada uno lejos del lugar donde nació. Doña Charo se fue a trabajar en la tarde; tenía varios empleos y enviaba dinero a sus hijos, allá lejos en Lima, una ciudad que, en las crónicas de Doña Charo, adquiría una dimensión casi fantasmagórica. David y yo nos quedamos a trasegar la tarde, quizá salimos a caminar o a correr por la marina del Forum. Al día siguiente comencé a leer el libro de Chwin. Me recuerdo sentado en un silloncito cerca de la ventana de la salacomedor, alternando miradas entre el libro y la calle desfigurada por la ropa secando en la ventana. De la novela apenas conservo unas cuantas sombras: Gdansk durante los albores de la Segunda Guerra Mundial; el doctor Hanemann como catalizador de la transición del Gdansk polaco al Danzig alemán; un personaje femenino que remueve las moléculas internas de Hanemann; tristeza, amor interrumpido, un puerto desmenuzado a golpes de cañón. La lectura de El doctor Hanemann significó un punto de inflexión en mi vida. Fue en septiembre de 2005 cuando comprendí que no iba a regresar a vivir a México Llegamos a Barcelona (después de un efímero paso por París, donde David descubrió la noche europea y yo me dediqué a caminar por las calles donde había dormido/vivido en el pasado) tras una temporada en Tulum, Quintana Roo. Los dos comenzamos como garroteros. Conservo bellos recuerdos del Caribe mexicano: correr, dormir y nadar en la playa; trabajar de once pe eme a siete a eme; mirar durante horas el ventilador del techo del cuarto donde dormíamos... Queríamos ir a vivir a España o a Francia o a donde fuera que nos dejaran vivir en Europa. Por eso llegamos con una bolsa rellena de pulseras y collares y joyería de fantasía e intentamos convertirnos en vendedores ambulantes en París y Barcelona. Fue un fracaso benigno, de emprendedores sin una idea concreta de lo que buscaban. No logramos conseguir empleo en Barcelona, aunque quizás ni siquiera lo buscamos. Lo que más deseaba era un golpe mayor que tambaleara mi vida. Creo que David quería algo parecido. Caminamos mucho en Barcelona y comimos bien dentro de lo que cabe: mucho arroz y camarones en oferta, bebimos vino y viajamos en el metro muchas veces sin pagar: Besòs Mar, por el río, al que yo borraba el acento grave para leer sólo Besos Mar en el letrero de la estación del metro. No sé si David escribió en Barcelona, nunca lo vi hacerlo, pero yo evitaba la pluma y el papel, y me dedicaba a pensar, a idear una forma de golpear mi vida con fuerza. Una tarde el destino apareció. Tuvimos que ir a la estación Barcelona Nord a comprar un boleto de camión para que David fuera a París, desde donde iba a regresar a México-D.F. Fue una noticia triste... No quería quedarme solo allá en el continente ajeno. Quizás lo más lógico e inteligente hubiera sido regresar con David, pero había perdido ya varios semestres en la carrera en C.U. y el estudio la verdad no me interesaba. Buscaba el golpe, un dolor interno, una alegría dolorosa. Algo parecido al amor. Un golpe. Así que tomé una decisión precipitada: David compró su boleto a París; yo, a Praga... Recuerdo con abrumadora nitidez la noche que acompañé a David a la estación de autobuses: desde la espera entre maletas y familias ansiosas por partir hacia su destino, hasta el robo hábilmente perpetrado por dos muchachos marroquíes. David fue el primero en darse cuenta. Pasaron como sombras entre los racimos de maletas y con mano suave salieron cargados con sendos bultos. Nadie los alcanzó. Se ocultaron con rapidez. Recuerdo que le di a David una bolsa con tortas y fruta; también le di una carta en la que tal vez escribí algo sobre la juventud y la amistad, no sé. David abordó su autobús y jamás lo volví a ver... Esperé hasta que el armatoste de Linebús se puso en marcha y salió sigiloso por el Carrer de Napols. Afuera la noche brillaba a través de las farolas y hacía un poco de calor. Seguí el autobús unos cuantos metros agitando la mano: sin duda iba a extrañar al loco de David y sus vertiginosas ocurrencias. En la esquina con Carrer d’Ausiàs Marc vislumbré a la pareja de marroquíes repartiéndose el botín; dejaron las maletas medio vacías, no les importó la ropa, y echaron a andar cada uno en direcciones opuestas. Regresé caminando al piso de Besòs Mar (Besos Mar). Cené con doña Charo. Creo que nos lamentamos por la partida de David y luego hablamos sobre sus hijos en Lima, aún sin oferta de trabajo para ir a España. Ya tumbado en la litera, sin los ronquidos y los pedos de David, permanecí despierto escuchando en mis walkmans el casete con “Cigarette Ashes” de Etta James, como anticipación de mi próxima mudanza a Praga, donde iba a conocer a mi primer amor. Esto acudió a mi mente hoy mientras hojeaba El doctor Hanemann de Stefan Chwin. Tienes razón David: “Un buen día -en el que muchas veces no queremos ni memoria- nos recuerdan que hace tanto tiempo menos, nuestra madre encarnó un deseo; y los deseos, pienso, crecen con más deseos… Este regalo, en fin, es sólo un pequeño gesto de la estima y buenos deseos que te tengo. -David”. 



“Cigarette Ashes” de Etta James
   
            











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