lunes, 1 de diciembre de 2014

RÉQUIEM PARA LOS INFELICES: borrador (I)

La subo a un bote 
y prendo una vela
Ruy Burgos Lòvece


¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!
¡¡¡AYOTZINAPA!!!


I

Mi nombre es Francisco y hoy he cumplido nueve años. Todo me abruma. Cuando cierro los ojos, hacia dentro me transformo en bruma. Y en mi interior sopla un aire frío. Cuando abro los ojos, me convierto en bruma que sopla hacia fuera. Me siento abrumado por el frío más gélido, por el cielo más azul, por los sonidos más sutiles, por los papalotes más lejanos, por el rostro más hermoso de mi madre. El rostro de mi madre siempre será hermoso. Y si fuera un rostro deformado, sería hermoso también, siempre. Los rostros, hermosos o deformados, oscuros o claros, siempre están en mi mente. Me irrito cada vez que miro un rostro, un papalote, una flor, a los humanos trabajando. Si dejo que la irritación crezca, me desespero hasta la bruma. No deberían haber rostros, ni papalotes, ni flores. Cuando tengo los ojos cerrados o abiertos, me exaspero: no hay suficiente aire para todos, mi corazón revienta, la pena taladra mi pecho.
          En otoño, los árboles tienen vida. En invierno, los árboles son como un puñado de versos. Los árboles dicen que los muertos comen trozos de ramas hasta la eternidad. El jardinero halló dos cuerpos viejos en su parterre. ¿Quién sabe lo que hacían ahí? Sólo los que pernoctan en el parterre saben si han sido dos o cuatrocientos cuerpos viejos. Sólo ellos saben. Puede tratarse de una plaga, y en los campos es mucho peor… Cuando está nublado, la lluvia descansa en el cielo. Y si hay pájaros cerca, van como la furia a sumergirse en las alturas.
          Estoy solo y esto me apena. Cuando tengo hambre, como trozos de ramas y se me pasa. Cuando me estoy ahogando, sumerjo mi rostro en un agujero y respiro. Mis párpados se llenan de agua. Respiro y se me pasa: el sentimiento de ahogo termina, es casi como si el ahogo no fuera real. Amo también la asfixia que habita en la distancia. Pero si tengo sed, basta con servir agua en un vaso y se me pasa. En el invierno, cuando tengo frío, me encierro en mí mismo y enciendo el candelabro más grande que encuentro. Luego salgo, comienzo a jugar con el gris, y ya no tengo frío. En el verano, cuando hace mucho calor, me desprendo de mi abrigo. Mi abrigo no me cubre el cuello y esto me hace sentir bien; entonces me bato en duelo con el mundo. El filo del mundo es como un sable. Filo. Después del duelo, bajo la luna, aún siento la presión del filo en la garganta. Me desprendo de mí mismo, brillo en silencio y entierro las piernas en la profundidad. Si me distraigo, todo mi cuerpo termina enterrado. Cuando esto ocurre, la fatiga es tan grande que no tengo fuerzas para jugar con el filo. No sé entonces qué hacer. Así que me acerco a los otros… Nos miramos, todos rígidos, como si buscáramos un brillo específico en nuestros ojos. Dejamos de desear el bien, cuando nos miramos. Y si ponemos un poco de atención, nos damos cuenta que mirar nos produce un terrible mal. Nada podemos hacer contra la soledad y la pena. Nadie puede ayudarnos. El hambre y la sed son las ramas secas que llenan nuestros ojos. La soledad y la pena siempre están ahí. Más que ensayar la calma, más que la demencia, más que el llanto, más que el hervor… El azul del cielo se arruga, los continentes se abisman: así descansamos en la vida, mi amor…
          Estoy solo. Me basta con cerrar los ojos para saber quién soy. Cuando una mirada ajena me observa, cierro los ojos. Existo cuando cierro los ojos: existo en la oscuridad y en la vida… Ahí está mi madre, mi padre, mi hermano Dax, Tessa, la insidia del recuerdo de Ana, mis amigos. La multitud. Pero ellos existen sólo cuando cierro los ojos. Cuando abro los ojos, siempre hay una persona ahí, pero no soy yo. Jamás yo. No podemos cuidar a los otros, porque nosotros somos los otros. Cuando hablo o cuando juego con los otros, sé muy bien que ellos están fuera de mí, sé que no es posible que ellos se sumerjan en mi interior y yo tampoco puedo asomarme adentro de ellos. Sé muy bien que si ellos miraran adentro de mí no serían capaces de comprender mi silencio. La soledad y la pena me castigarían si los otros observaran mi interior. A los otros no les interesa lo que ocurre en la tierra y en el agua, pero yo continúo transformándome cada vez que paso cerca de la oscuridad y de la vida. Todo el tiempo escucho. Escucho cuando un sonido ordinario golpea mi interior; escucho para poder salir de mi interior. Los otros, cuando esto ocurre, siempre están muy lejos. Los otros se hunden en las alturas como papalotes. Un papalote, allá en las alturas, en las alturas como en el horizonte, avanza a tientas como una mano tocando mi rostro. Pero los otros no pueden ver los papalotes. Y yo sufro, siempre. Y estoy aquí, siempre.
            Mi padre está loco y mi madre cree en Dios. (continuará…) 










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