domingo, 1 de diciembre de 2013

Fraternidades y sororidades: ¿honor, privilegio o lastre social?

La fraternidad Alpha Phi Omega en pleno arranque de orgullo


Sólo hasta hace poco (por mi daltonismo e hipermetropía sociales) comencé a notar ciertas particularidades que me llevaron a inquirir sobre la naturaleza de las famosas fraternidades y sororidades de UNC-Chapel Hill, institución que está catalogada como una de las cinco mejores universidades públicas de la nación. Algo muy concreto llamó mi atención: la gran mayoría, por no decir que la totalidad, de los miembros de estas cofradías universitarias son jóvenes blancos. Las fraternidades y sororidades de las universidades estadounidenses son un fenómeno interesante no sólo en términos de entretenimiento académico o de cultura pop norteamericana. Los nombres de estas organizaciones sugieren muy poco sobre el orden interno que las rige, de modo que Tau Kappa Epsilon o Sigma Phi Epsilon, más allá de la referencia al alfabeto griego, no dice nada con respecto a lo que ocurre en el interior de las fraternidades y sororidades más famosas en el ámbito universitario estadounidense. 

Tras una exhaustiva investigación en los sitios web de algunas de estas fraternidades y sororidades, descubrí que no cualquiera tiene el privilegio de ingresar a este ámbito fraternal elitista regido por los intereses socioeconómicos y la banalidad. Mis sospechas fueron confirmadas tras un encuentro casual con un profesor universitario argentino que fue miembro de la prestigiosa Kappa Sigma. Después de relatarme su experiencia y sus impresiones en la conocida fraternidad, Be Efe (seudónimo) me pidió que no revelara su nombre ni su ciudad de origen, salvo que es argentino y que llegó a Estados Unidos con una beca deportiva y el propósito de obtener una licenciatura en Administración de Empresas. Después ya no pudo, o no quiso, regresar al Cono Sur y terminó enfrascado en estudios de postgrado primero en Hawai y luego en Chapel Hill, donde en la actualidad labora.
          
Be Efe, cuyos ojos azules se mueven con nerviosismo, declara sin rodeos que no es fácil ingresar a una de estas fraternidades, y menciona dos factores que son esenciales para que la postulación de un candidato prospere. Como todas las esferas sociales elitistas, las fraternidades reciben con agrado a gente que proviene de familias adineradas, mejor si tienen amistades o relaciones familiares históricas con la fraternidad. Siempre ayuda a un graduado del bachillerato que su padre, actual gerente de una empresa importante, haya sido miembro de la casa: el nepotismo se celebra y hasta cierto punto se exige. Lo que a mí me parece “un club privado”, a Be Efe se le figura un sistema de relaciones sociales donde se reparten privilegios y se decantan amistades que harán que los miembros de las fraternidades obtengan un trabajo estable al completar sus estudios.
             
Con una sonrisa socarrona en el rostro, aderezado con su acento argentino, Be Efe me confiesa que estas fraternidades también son microinstituciones de segregación social. Y añade que para poder ingresar, además de tener dinero o un apellido influyente, otro requisito indispensable es ser blanco, y añade que es una gran hipocresía pensar que la sociedad estadounidense es post-racista o que ha trascendido las desigualdades socioeconómicas que aquejan a las mal llamadas “minorías” del país. A mi pregunta de quiénes seleccionan a los iniciados, la respuesta de Be Efe es simple: los mismos miembros eligen a las nuevas camadas con base en sus intereses y preferencias como grupo de élite social, y agrega que en realidad quienes integran estas selectas casas no han hecho méritos y posiblemente tampoco son individuos brillantes con un intelecto privilegiado. Be Efe describe al miembro promedio de las fraternidades de prestigio como chicos gregarios, proclives a las festividades, al alcohol y al consumo mesurado de drogas, con convicciones políticas conservadoras, blancos y con dinero familiar, que no se esfuerzan demasiado porque ya tienen el futuro asegurado. Un estudio de 2006 publicado en el American Journal of Economics and Sociology demostró que la competencia académica y las calificaciones de los miembros de una fraternidad o sororidad están por debajo de los estudiantes que no pertenecen a una de estas organizaciones; sin embargo, los miembros de las fraternidades y sororidades encuentran un trabajo bien remunerado con mayor rapidez.
       
Algunos pueden argüir que al tratarse de “organizaciones privadas” los miembros pueden establecer sus propias reglas. Estoy de acuerdo, lo único que llama mi atención es que en un país tan orgulloso de su sistema meritocrático, donde las universidades celebran los logros de cualquier calibre tanto de profesores como de estudiantes, existen fraternidades de prestigio que justo en la nariz de las instituciones universitarias burlan este principio tan hipócritamente difundido. Hay también fraternidades y sororidades para minorías, pero ya en el nombre y en el enfoque mismo de estas organizaciones se sugiere su naturaleza de choque y, hasta cierto punto, también de resistencia. Además, que hayan organizaciones para minorías no mitiga el hecho de que en las fraternidades y sororidades de prestigio, donde se reparte el pastel con más crema, la holgazanería de sus miembros sea recompensada y celebrada.
            
Camino junto a Be Efe a lo largo de una famosa avenida de Chapel Hill, donde se suceden casas de tres plantas que pertenecen a fraternidades y sororidades conocidas. Nos detenemos un momento frente al porche de una casona con un jardín impecable; en el vado hay tres automóviles BMW casi nuevos. La escena es digna de ser plasmada en una pintura realista norteamericana: un grupo de chicos, en su mayoría rubios, con la piel rosada o pálida, juega una variedad estadounidense de la petanca. Visten polos, pantalones cortos tipo caquis, zapatillas de esas que llaman de pescador; todos sostienen una cerveza en la mano y sueltan carcajadas tan grandes como el cielo. Le pregunto a Be Efe si yo hubiera podido ser parte de tan amable pintura. Sonríe, sarcástico, y me responde que lo más probable es que no, porque no soy muy blanquito que digamos… 


2 comentarios:

  1. Muy interesante, Francisco. Este es un tema que no se ha tratado mucho en el ámbito político, pero es lógico que con tales reglas arbitrarias de membresía se den abusos o haya cierta continuidad retrógrada. Es un asunto que requiere mayor exploración.

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  2. Víctor: ¿Escribirás algo al respecto? ¿Cuál piensas que es el papel social de las fraternidades? Este tema me interesa bastante, pero mis limitaciones periodísticas no me permiten analizar el fenómeno con más efectividad. Saludos.

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