… la imagen comenzó con el recuerdo de los nidos, de golondrinas, de los cimacios de la casa de verano de mi abuela, en Ciudad Hidalgo, Michoacán. ¿Qué es un cimacio? Esto lo descubrí, o lo construí en mi mente, después, porque cuando vi los nidos de las golondrinas en la casa de mi abuela los cimacios no existían. Los descubrí muchos años después leyendo los Huesos de sepia de Eugenio Montale, incluso recuerdo el día y los contornos de mi encuentro con el poeta italiano (pero esta es otra historia y he llegado al punto de evitar que mis historias se mezclen y engendren, quizás, mutaciones memoriosas que en un futuro cercano devoren, con mandíbula chica, retazos enteros de mi vida pasada). La primera ocasión que vislumbré los cimacios fue en “Felicità raggiunta…”, quizás mi poema más querido de Montale:
è dolce e turbatore come i nidi delle cimase
Durante mucho tiempo estuve convencido de que los cimacios eran pájaros... Influido por mi ignorancia juvenil y mi resistencia a consultar un diccionario para aclarar lo que parecía claro para mí, los nidos de los cimacios del poema me hacían recordar los nidos de las golondrinas de la casa de mi abuela: en mi ignorancia imaginativa, le confería a los cimacios características analógicas a las de las golondrinas: ave de despedida, un poco tristísima, evocadora de un retorno que permanece siempre postergado. Algo parecido me ocurre con los oleandros (pero esta es también otra historia…). Y justo hoy, miércoles 26 de marzo de 2014, la duda asaltó mi lectura del poema de Montale. Escuchar la “Felicità raggiunta” en la voz de una mujer, cuya sonrisa me deja desarmado, voz ajena y aún poco familiar, me llevó a reconstruir las imágenes que hasta el día de hoy había conservado como inconmovibles. Por eso abrí el diccionario más autoritario de nuestra lengua y busqué nueva esperanza; abrevio:
1. m. Arq. gola (moldura en forma de s).
2. m. Arq. Miembro suelto, con ábaco de gran desarrollo, que va sobre el capitel, con aumento del plano superior de apoyo. Es elemento medieval casi constante y típico.
Cimacio no es un pájaro, es una “gola”, un “miembro suelto que va sobre el capitel”, pero la ignorancia todavía me parece más deseable, tan deseable como la voz ajena que leyó el poema de Montale sólo para mí. Recuerdo al “Domador de versos” del entrañable Leolo de Jean-Claude Lauzon, un hombre que recorre las calles acariciando y escrutando los deshechos que la gente deja tras de sí; de esta manera, a partir de esta recolección de lo indeseable, el Domador descubre a Leolo, sus versos, sus melancolías y su constante batalla en contra de la autoridad que la realidad nos impone con desidia: “porque sueño, yo no lo estoy”, afirma Leolo para curarse de la vulgar locura de ser sólo unidad y constancia. Leolo muere, recordemos, porque ya no puede soñar, y porque ya no puede soñar, tampoco puede amar… Pero el Domador lo sobrevive y le sobrevive, quizás a todos en algún momento nos llega un instante semejante, ese en el que tenemos la posibilidad de domar nuestros recuerdos o, por el contrario, dejarlos partir, como las golondrinas de los cimacios de la casa de mi abuela:
è dolce e turbatore come i nidi delle cimase
Inédita felicidad la del poema de Montale, inédita porque ha sido escrita en la intimidad para una sola persona… Felicidad lograda la de Leolo y su amor blanco y expansivo por Bianca. Inédita felicidad lograda, como la de los cimacios que emprenden el vuelo desde su capitel.
Primer vuelo turbador: (inédito)
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