Jesús Bartolo, Aviso de ocasión. Toluca: La trucha güevona, 2008, p.29. |
![]() |
Kim Strong, 2010 (Detalle del interior de un palacio florentino) |
Un día en la casa de mi mamá, mientras hurgaba en un baúl donde se amontonan cuadernos y papeles que mis padres dicen que me pertenecen, hallé una postal plegable que compré en Barcelona para Salvador, creo que en 2003 o 2004. Es una vista aérea de Ciudad Condal; en el interior escribí una nota melindrosa: "Un recuerdo de Barcelona para Salvador Calva, -Francisco". Nunca entregué la postal a su destinatario. Se me fueron las ganas, sin causa aparente, de darle a Salvador la cartulina con la foto de Barcelona, quizás porque habíamos dejado de conversar o tal vez porque tuve la impresión de que Salvador se había distanciado y evitado nuestros encuentros de manera deliberada. En fin, que la postal ha quedado enterrada en un baúl junto con otros papeles de aquellos años, entre los que encontré el mismo día que hallé la postal, por azar o destino, la copia mecanografiada de un trabajo de Salvador de la clase de Introducción a la Lingüística que impartía el Dr. Del Moral. Hojeé el ensayo, creo que trataba sobre la historia del español, y con suspicacia descubrí que estaba firmado por "Salvador Calva Carrasco". No puedo negar que me entró curiosidad, desde la última vez que lo había visto y el día del hallazgo quizá habían transcurrido ocho años, así que sin demoras guglié su nombre. Me topé con un blog que afirmaba pertenecer a SCC titulado, si mal no recuerdo, Obsesiones secretas. El título, por el trato que había entablado con Salvador, me pareció poco acorde con la personalidad del joven de Teloloapan. En el blog no había muchas entradas y era evidente que su autor no le profesaba una obsesión continua; sin embargo, a través de este medio fue posible hallar un correo electrónico de contacto, peculiar también: olvidamicorreo@hotmail.com.
Envié un mensaje y en realidad no recuerdo cuánto tiempo demoró la respuesta, si fue casi inmediata o se llevó sus buenos meses, pero el efecto esperado surtió efecto, porque de pronto había logrado establecer contacto con el estudiante de Guerrero con quien un sábado por la mañana había mirado charcos con el deseo de encontrar un atisbo de la realidad. Al parecer el gusto por el encuentro a través de correo electrónico fue mutuo. Intercambiamos mensajes con espaciada regularidad, escanciando referencias sobre nuestras vidas actuales y los caminos que nos habían llevado al siglo XXI. Me enteré que estaba en el proceso de escritura, al parecer interminable, de su primer libro de cuentos y que iba a terminar pronto la maestría en la UNAM. (En mi memoria hay también un encuentro extraño, anterior al hallazgo de la postal en el baúl. Creo que fue en diciembre, o quizás junio, no sé, pero yo estaba en una estación de autobuses con Kim, mi mamá y mi hermano, aguardando la salida del siguiente ADO a Oaxtepec, cuando de repente vi pasar a Salvador con una chica de quien nada recuerdo. Salvador me miró con cierta sorpresa, que fue recíproca, y de manera casi maquinal me puse de pie y fui a encontrarme con él. El intercambio de palabras fue breve, sin abandonar la sorpresa, la extrañeza quizá, y con el mismo paso maquinal regresé con mi familia, a cuyas preguntas respondí con un seco y sonriente "Es un excompañero de la Facultad de Filosofía y Letras, es de Guerrero...").
Un diciembre, como ya es costumbre, hice el viaje a la Ciudad de México. Uno de los pendientes con los que llegaba a mi ciudad natal era entrevistarme con Salvador. Así ocurrió una noche decembrina, a las puertas del Palacio de Bellas Artes. Al principio no surgieron muchas palabras entre nosotros, con cierta dificultad le entregué un par de libros, o quizás tres, de Editorial Paroxismo. Caminamos de manera desordenada, sin destino predecible, un poco desorientados por la noche y el sentimiento extraño de ver a una persona a la que no pensabas volver a encontrar. Creo que por petición mía terminamos en el Café de Tacuba, en una de las mesas del fondo, entre botellas de cerveza y una conversación volátil y efusiva. Le conté las mismas historias, que sé ya casi de memoria, sobre mis aventuras, viajes y recuerdos nebulosos de la Facultad. Llegó la hora de partir y con ello el compromiso de volvernos a encontrar en Estados Unidos o en México. Y así ocurrió, esta vez en mayo, también de noche en el Palacio de Bellas Artes. Ex profeso había invitado también a mi amigo Daniel, antiguo profesor y conocido ya de años (a quien mencioné en mi "historia de un libro de Orlando González Esteva"). Los motivos para juntar a Daniel y Salvador en una misma mesa aún no los tengo claros, puede haber sido por mera ocurrencia, por falta de tiempo para ver a todos los amigos que tenía planeado encontrar, no sé, el hecho es que, también por sugerencia mía, terminamos en la Cantina Buenos Aires de Motolinía 21. Daniel nos alcanzó tarde, así que a la cantina llegamos primero sólo Salvador y yo. Bebimos una cerveza y fue entonces cuando me mostró la plaqueta de Jesús Bartolo que ha dado el título a esta historia. Elogió el trabajo de Bartolo e hizo hincapié en que se trataba de un poeta de Guerrero. Me dio la plaqueta, "un regalo", y poco después llegó Daniel y ya no tuvimos tiempo para hablar más de los poemas de marras.
Leí la plaqueta de Bartolo, Aviso de ocasión, empero, no diré nada al respecto, salvo que me gustó y no me gustó. Con frecuencia pienso que la realidad que reflejan los charcos puede fijarse con más rigor en nuestra memoria que aquella que aprehendemos a través de la mirada desnuda, sin óbice alguno que se interponga entre nosotros y las formas. Esto que ahora cuento quizás no ocurrió de esta manera, quizás lo he inventado, quizás no hubo ningún encuentro y la postal de Barcelona sí la envié y llegó a su destino, tarde, de noche, como un gesto que se refleja en los charcos de las jardineras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
No hay comentarios:
Publicar un comentario