viernes, 19 de abril de 2013

HISTORIA DE UN LIBRO de Orlando González Esteva


Mi vida con los delfines de Orlando González Esteva


Editado por la editorial independiente mexicana Trilce, en su colección Tristán Lecoq, Mi vida con los delfines es una poética en torno al cultivo de la redondilla. En el huerto de González Esteva crecen versos como ouroboros, semejantes a berenjenas panzonas, con un agudo sentido del humor. Pero además del humor, en las redondillas del poeta cubano también hay una vocación electiva por la sensualidad y la contemplación, que, cuando aparecen juntas o se entremezclan, sugieren una actitud amigablemente voyeurista. Empero, aquí no me interesa reseñar Mi vida con los delfines que, dicho sea de paso, es un texto breve con la capacidad de durar hasta la eternidad silenciosa del lector. Antes de sumergirme en el recuento de la historia personal de este libro, sólo quiero hacer referencia a dos momentos de la poesía de González Esteva: 


1) “Poesía: muñeca rusa” 


2) “El hombre que mira el mar  
y lo mira largamente  
salta el dique de su frente  
y se oye azul respirar…"    


El primer momento pertenece a Mi vida con los delfines y el segundo a Escrito para borrar, libro entrañable de redondillas de lectura obligada sentad@ frente al mar. 

Mi vida con los delfines llegó a mis manos por primera vez a través de mi amigo Daniel González Marín (esteta proclive a la sonrisa y la melancolía, amigo como pocos, siempre inmerso en el cultivo de la amistad). Esto ocurrió hace ya casi diez años, en vísperas de que recomenzara los estudios de licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, después de transcurrir tres semestres en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales convencido de que los estudios no eran la camisa de fuerza que mejor me quedaba. En la FCPyS fui alumno de Daniel en su clase Taller de Redacción (ya después, si puedo, haré una relación de aquel curso donde, entre otras cosas, descubrí los ojos verdes de una compañera cuyo nombre no voy a mencionar aquí por decoro y porque en realidad su nombre a estas alturas ya no importa: su nombre dejó de ser la contraseña de mi correo electrónico hace muchos años). 

Hablando, o más bien comentando, sobre los Huesos de sepia de Montale, Daniel, entusiasmado como siempre por los libros que mediaban nuestra amistad, dejó en mis manos, como préstamo arriesgado, su copia de Mi vida con los delfines, firmada y dedicada por el mismo González Esteva. Leí aquellas páginas (tan sólo 72) con lentitud y con el extremo cuidado que entraña arropar la querida edición de un amigo. Cuando al fin devolví a Daniel su libro (en cuya portada aparecen tres delfines siameses, uno de color mamey y los otros de color bermellón), decidí ir a la búsqueda de una copia sólo para mí. Trajiné por todas las librerías del Centro Histórico de la Ciudad de México sin suerte. En la librería del Fonca, en República de Argentina y Donceles, me informaron que el libro estaba agotado y me sugirieron no hacerme ilusiones de una posible segunda edición. Me quedé con las ganas, como quien dice, de obtener mi copia de Mi vida con los delfines. Incluso pasó por mi mente volver a pedirle a Daniel su edición y simplemente no devolverla jamás…

Años después, lejos de las conversaciones con Daniel y del humor chingativo de la Ciudad de México, se presentó mi segunda oportunidad. En la librería Powell’s, que se autodenomina la más grande del mundo, ubicada en el corazón enclenque de Portland, OR, hallé casualmente una edición, impecable, de Mi vida con los delfines. El calibre del hallazgo se puede mesurar mejor si se piensa que los libros en español que se encuentran en Powell’s se reducen a un par de largos estantes que albergan las ediciones usadas que los estudiantes de PSU venden a la librería cuando sus clases de español han terminado. Hay obras de Cervantes, Calderón de la Barca, Quevedo, Isabel Allende, algún que otro Borges, Bolaño, Javier Cercas, libros previsibles que producen muy poca sorpresa en quien busca con el deseo de maravillarse. Así llegó Mi vida con los delfines a mis manos. Ahora lo hojeo, después de tantos años, buscando en sus páginas las palabras finales de esta anécdota. Me detengo: “Claves para triunfar en el cultivo de la redondilla”: 

"27. Conservar, al dormir, la boca abierta, y, a toda costa, la posición fetal”.

Hoy, cuando me vaya a la cama, seguiré este consejo y si los hados son propicios (¿por qué no habrían de serlo?), soñaré con unos ojos verdes persiguiendo el traqueteo incansable del mar...

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